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La Caballería espiritual y la vida filosófica

by en 28 enero, 2010

Ensayo Breve

por Fray Alberto E. Justo OP

Es esta la ocasión de presentar una imagen de hondísimo significado… Ha llegado el momento de discernir entre todos los símbolos de la tradición aquellos que son más a propósito para señalar un “modo” de vida que sea propicio a la Contemplación.

No se trata de insistir con ninguna institución existente y, menos aún, de fundar alguna nueva. Por el contrario, es hora de descubrir en el mismo interior del alma el eco de esas maravillosas estampas de la tradición, que viven, que están vivas, y que pueden muy bien ser recuperadas en una nueva y fecunda dimensión.

La Literatura nos ha ofrecido, a través del tiempo, notables modelos y ejemplos, desde luego rescatados de la vida cotidiana. Es quizá allí donde hallaremos un gran tesoro para diseñar lo que nos proponemos. Cuando evocamos a Don Quijote, por ejemplo, aludimos además a un ideal y también a un estímulo para emprender nuestro camino que siempre es senda abierta al Cielo.

Esta vez, sobre los pasos del eremita, nos encontramos con el caballero y con el hidalgo. Sin duda una “creación” cristiana que invita a la virtud y, desde luego, a la santidad. Porque es en esta “clave” que nosotros lo trataremos aquí.

Pero estos “ideales” no advienen desde fuera, por decirlo así… Se gestan dentro, en el corazón, en el camino mismo de la vida, en el sufrimiento, en la lucha, en el deseo.

Simplemente el hombre rescata de la Historia y de la vida, de los testimonios vivos de quienes lo precedieron, una dimensión en la cual se reconoce, un ámbito, un hogar, un estado –diré- que está más allá de instituciones y compromisos perecederos y se imprime en su alma para acompañarlo en la Eternidad.

Estos “ideales” constituyen un fundamento que no puede ser despreciado o ignorado. Requieren, para su plena formación, un desarrollo de la “atención”, de esa cualidad y virtud que tanto encomiaron los Padres y que es necesaria en la vida espiritual.

Pero, desde luego, hay más. Disertar acerca de un “modelo” de vida, con raíces hondas en la tradición, parecerá no tener fin. Sin embargo hemos de seguir adelante, sobrepasando las dificultades.

Hay más –como digo- mucho más. Es fundamental plantear ahora mismo que el peregrino no descubre su vocación profunda sino cuando la adversidad lo lleva de la mano. Es así. Nos quedaríamos conformes y satisfechos con todo lo aparente, con todo lo perecedero, sin saltar más allá o procurar horizontes mayores, si lo más banal y superfluo nos sonriera y se nos brindaran en bandeja de plata las mil posibilidades que ofrece el mundo.

La contradicción, en cambio, abre un camino, inicialmente muy penoso, que ha de ser recorrido sin temor y aún sin pena. Se trata de una escuela, de una escuela admirable, en todo dispuesta a enseñar esos pasos inalcanzables que nos llevan más directamente a destino.

El caballero no se avergonzará ni se detendrá ante la lucha y mucho menos ante la “lucha sutil”. Este campo requiere toda la atención, pues el discernimiento comporta un empeño notable y la paz interior…

Si el caballero clásico hacía profesión de servir con las armas, hoy, el caballero espiritual ha de empeñarse en otro combate, en cierto sentido más duro y riesgoso, que es lo que llamo “lucha sutil” o “guerra invisible” con las armas de la virtud y de la constancia. Y todo ello con sus raíces en el “abandono”, la “confianza” y el “desinterés”.

Acerca de esto último es necesario subrayar con mayor fuerza lo que constituye más profundamente la condición de un “caballero espiritual”. Se trata, en primer lugar, de la “generosidad” que debe distinguirlo, pero que quedará en él elevada a ese amor puro y desinteresado que no tiene otra compensación que el amor mismo.

El “desasimiento” hace al amor. En efecto, quien ama deja hasta el “abandono”, y está dispuesto a “perder”, de algún modo, el objeto amado, en el empeño de esta lucha. Dicho de otra manera, está llamado a poseer de un modo mucho más alto.

Se ha olvidado, no se considera ya, que la posesión verdadera es el desprendimiento. Que, sin duda, la posesión verdadera no se realiza en el plano de los sentidos exteriores… Este es el lenguaje del corazón.

El “lenguaje del corazón”, el más desatendido en nuestros días, al menos en los lugares que nos toca recorrer. Pero el peregrino ha de dar testimonio a pesar del dolor y del rechazo, a pesar de la incomprensión y de la rudeza con la que se ve tratado. “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”, decía San Juan de la Cruz. Este es el desafío y la lucha en la que el peregrino de buena voluntad debe distinguirse. Y, desde luego, sin aguardar comprensión ni aplauso alguno.

Persevera en este camino. No en esta o en aquella institución. En este camino, ya que en múltiples instituciones y lugares serás incomprendido y rechazado. El ámbito que recorre el caminante puede ser cualquiera. Y como tal toda eventualidad ha de ser considerada como una oportunidad nueva. Una ocasión luminosa de la Providencia. Pues, cada vez, Dios nos brinda su Amor y su Palabra en hechos y en cosas, no en ideas o en principios. Persevera, digo, sin temor. Anda y sigue, no haya lugar para titubeos. La misión es seguir… lo imposible. Lo imposible para los hombres es posible para Dios.

Pero hay mucho más. La vocación de una auténtica interioridad supone no detenerse cuando hieren los rasguños del camino o molestan las picaduras de los mosquitos. Estas son eventualidades con las que hay que contar, pero no merecen atención. Pueden ladrar por aquí y por allá, pueden danzar los fantasmas y representar una terrible guerra ahí, no más, en no sé qué escenario. Todo eso puede ocurrir y mucho más. Pero cuando el alma está suspensa en la auténtica realidad de su vida y de su vocación trascendente; cuando toda ella se deja iluminar por ese permanente llamado a pasar más adelante y más alto en la lumbre del Ser; entonces no llegan a los oídos los roedores mezquinos, que sólo logran carcomer sus propias caparazones…

Quizá haya llegado la hora para manifestar al mundo una confianza nueva, precisamente cuando las técnicas prometen una eficacia total. Este es el secreto “totalitarismo” que siempre requiere nuevos esclavos. Dirán los satisfechos, muy orondos, “¿para qué confiar en lo que no sabemos o en lo que no vemos? ¿Para qué preocuparnos ya si todo está bien ajustado y planificado? ¿Para qué dejar al corazón titubeante de una persona (o de dos o tres) la aventura de lo que sea? Ya tenemos todo en nuestras manos: el poder, el dinero, la autoridad, los recursos ideológicos… Hemos elaborado estatutos definitivos, porque la Historia ha recomenzado con nuestra indudable practicidad. Ahora tenemos la fuerza y los medios…”

Esto dicen o piensan los necios hoy… Pero es lo que han dicho siempre. Nada puede edificarse sobre la soberbia y la Historia es la “Maestra” que nos lo repite a cada paso. Pero los hombres de esta edad, decía un poeta, “tienen flaca la memoria”. O no tienen memoria alguna, ni quieren saber nada de “lecciones de humildad”.

Pues bien, la confianza es virtud de los humildes. Y de los grandes, de los de alma grande y magnánima, que saben “desaparecer” y renunciar a las pompas de este mundo para permanecer fieles a la vocación del corazón, a su lenguaje y a su vida.

Extraído de:

Camino hacia la aurora

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mistica

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